2.5.06

Afuera está complicada la cosa.

Mientras mi amigo Fiodor me insistía con su tira y afloje que le caracteriza, ese ritmo aberrante que derrite las frases con el pasar de las sílabas - por desespero - sacaba la cuenta del tiempo decente entre cigarrillo y cigarrillo. Lo socialmente correcto, la cantidad de segundos que debe dejarse pasar para que no se convierta en un acto compulsivo. Ese tipo de cosas que uno piensa al tercer día de empezado el insomnio.

Fiodor seguía con su discurso insistiendo en las divisiones que hay entre los súper extraordinarios y el vulgo mientras yo intentaba ordenar mis ideas entre las pocas frases que recordaba de la resistencia de Sabato. A mi ahora también me persiguen los televisores a todo volumen últimamente. Pero yo no tengo las credenciales como para pedir que los apaguen por un rato como hacen otros.

Ya no hay a donde ir para entrevistarse a si mismo, mucho menos para preguntar por los amigos o la vecinita a la que le están saliendo las teticas. Esas sobredosis que te persigue colgada de tu espalda recordándote los problemas de gobiernos ajenos que solucionarías de un solo plumazo si tan solo te prestaran atención. Uno se preocupa por ese tipo de problemas y ellos siguen tan campantes, sin ni siquiera voltearte a mirar.

Si quiero salir de mi oficina necesito un titulo de Nóbel.


.