29.8.06

La excusa de Descartes

Buenos Aires, 26 de Agosto. 2006
en uno de los miles de cafés

A Sabato y su resistencia.

El peso le aplastaba los hombros, se notaba en su caminar, cada paso como una puñalada. Una mas dolorosa que la otra. Mirada apagada y sospechosa, buscando en cada rincón los buenos tiempos. Nunca se había detenido a pensar, al menos tres partes de su vida las había pasado en torno al vago recuerdo de inmemoriales días mas felices. Sí, sentado esperando a que la ventana se rompa anunciando esos días que no lograba recordar, pero a cuya posibilidad de existencia se aferraba para no extinguirse.

Inevitablemente pensaba en la muerte. No en el modo clásico, no como cualquier otra persona que tiene la certeza de que puede morir bajo un número de contadas circunstancias. A su parecer, su muerte llegaría cuando se convenciese de que su existencia era una simple idea que desaparecería en el momento que exista algo momentáneamente mas interesante en que pensar. Porque sí, las ideas se piensan. En cualquier momento él dejaría de ser pensado. Él mismo no se encontraba particularmente divertido como para ocupar mucho tiempo y espacio de lo que fuere que lo había imaginado, tan miserable, tan amargado.

Mas convencido aun de eso estaba al avaluar la imposibilidad de sus acciones, tan intrascendentales como ridículas. Alguien bastante desocupado y desabastecido de entretenimiento debió haber dado a luz, semejante esperpento de aburrimiento. O tal vez algún torturador de ideas que se gratificaba en su sufrimiento era el responsable de tal abominación.

Si este fuere el caso, su existencia también estaba por expirar. A este torturador de imágenes mentales le debe parecer bastante frustrante que el sujeto de sus macabras cavilaciones ya no ofreciera resistencia alguna a los sufrimientos inflingidos. Era cuestión de instantes antes de que se desvaneciera en el infinito.

Descartes… solo tenia una excusa.


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