Amilcar se fusiló un artículo de David Stubbs, editor de la revista The Wire y yo sigo la cadena porque todo esto de Live 8 me tiene harto. Sobretodo cuando vi a Bush dando su discurso desde el instituto Smithsoniano y hablando de Live 8. Mi conclusión: ni las mentiras de Bush ni las buenas intenciones de Manu Chau sumadas a las de Shakira ayudarán a africa. Muchisimo menos un foro con gente que ve MTV. Ahí va entonces. (Los que quieran hacer lo mismo, anímense ya que no hay nada que ver hoy en la TV)
Por qué no miraré Live 8
David Stubbs
Editor de la revista musical The Wire
Los diversos artistas que se presentarán en los distintos conciertos de Live 8 atraerán a una impresionante audiencia en todo el mundo.
Pero en ocasiones como éstas rara vez se menciona el hecho de que hay un número igual -si no mayor- de personas que no se dejarán arrastrar por la euforia.
Yo seré uno de ellos.
Vi Live Aid en 1985. Me deprimió la música tonta y ese incomprensible logo de un mástil de guitarra saliendo del continente africano, y me molestó que multimillonarios insistieran en que vaciara mis bolsillos.
Además estaba la embriaguez de la multitud, que alcanzó su cénit cuando todos aplaudieron al unísono con "Radio Ga-Ga", de Queen.
¿Pero por qué se sentían tan victoriosos? ¿Pensaban realmente que África sería salvada por la amable decisión de David Bowie de compartir el escenario con Status Quo?
Parecían estar bajo los efectos de la ilusión colectiva e intoxicante típica de cualquier masa reunida con un propósito en particular, en la que el sentimiento triunfa sobre la razón.
"Sin cambios"
Live Aid tenía la mejor de las intenciones. Pero fue ingenuo pensar que esa respuesta emocional, ad hoc, a los problemas complejos y crónicos de África haría una gran diferencia. Todo se basó en la idea ficticia de que el rock puede cambiar el mundo.
No puede y no lo hizo en 1985.
El dinero de Live Aid salvó vidas, pero como dijo recientemente el experto en ayuda humanitaria David Rieff probablemente no evitó la pérdida de igual número de vidas.
Es que no hubo un cambio de actitud significativo. La ola de compasión no impidió que millones votaran a políticos de derecha como Margaret Thatcher, George Bush y Helmut Kohl en elecciones subsiguientes.
Hoy África está peor.
Y ahora debemos pasar nuevamente por todo ello. Esta vez el énfasis se ha puesto en la condonación de la deuda más que en la ayuda, pero sigo siendo escéptico.
Simplemente no creo que sea correcto que el ex músico Bob Geldof sea el catalizador de uno de los mayores problemas de la humanidad, que si desafía la sabiduría de Salomón, ni hablar de la de Geldof; él no está a la altura de las circunstancias.
Repitió en 2005 el mismo error que cometió en 1985 en cuanto a la presencia de artistas negros, algo que no deja de sorprender tratándose de alguien tan comprometido con los problemas de África.
Su argumento de que el predominio de rostros blancos en el programa de Live 8 refleja la necesidad de grandes nombres ignora la importancia del simbolismo en espectáculos masivos como éste.
Me incomoda, por ejemplo, la idea de que Celine Dion done grandes dosis de compasión pop a los hambrientos en África.
Geldof ha sido un espectacular recaudador de fondos.
Pero inevitablemente, dada su profesión, es un adicto a la mirada pública y a pesar de su reputación de orador directo y profano, a lo largo de los años se ha mostrado muy amable con algunos poderosos, sea el príncipe Carlos, el Papa, la madre Teresa, Tony Blair o George Bush.
Se trata de personalidades que están al frente de instituciones clave (iglesia, imperio, Estados occidentales), las cuales -se puede discutir - han hecho poco por aliviar la miseria en África.
Deberían ser interrogados, no mimados. La postura anti-punk, conciliadora de Geldof hacia ellos crea la misma ilusión que con el tsunami en el sudeste asiático: que "nadie tiene la culpa".
Sin embargo, finalmente no miraré Live 8 porque el precio es muy alto.
Además del puñado de "estrellas que ya fueron" e íconos rockeros convertidos en actos de cabaret, estará la brigada actual representada por Coldplay y Dido, cuya música popular pero inofensiva significa la capitulación del rock ante la maquinaria corporativa.
Esta gente no resolverá el problema. Ellos son el problema.
En lugar de mirar Live 8, haré algo considerado morboso en estos tiempos emocionales: subiré a mi habitación y me podré a pensar
.
Por qué no miraré Live 8
David Stubbs
Editor de la revista musical The Wire
Los diversos artistas que se presentarán en los distintos conciertos de Live 8 atraerán a una impresionante audiencia en todo el mundo.
Pero en ocasiones como éstas rara vez se menciona el hecho de que hay un número igual -si no mayor- de personas que no se dejarán arrastrar por la euforia.
Yo seré uno de ellos.
Vi Live Aid en 1985. Me deprimió la música tonta y ese incomprensible logo de un mástil de guitarra saliendo del continente africano, y me molestó que multimillonarios insistieran en que vaciara mis bolsillos.
Además estaba la embriaguez de la multitud, que alcanzó su cénit cuando todos aplaudieron al unísono con "Radio Ga-Ga", de Queen.
¿Pero por qué se sentían tan victoriosos? ¿Pensaban realmente que África sería salvada por la amable decisión de David Bowie de compartir el escenario con Status Quo?
Parecían estar bajo los efectos de la ilusión colectiva e intoxicante típica de cualquier masa reunida con un propósito en particular, en la que el sentimiento triunfa sobre la razón.
"Sin cambios"
Live Aid tenía la mejor de las intenciones. Pero fue ingenuo pensar que esa respuesta emocional, ad hoc, a los problemas complejos y crónicos de África haría una gran diferencia. Todo se basó en la idea ficticia de que el rock puede cambiar el mundo.
No puede y no lo hizo en 1985.
El dinero de Live Aid salvó vidas, pero como dijo recientemente el experto en ayuda humanitaria David Rieff probablemente no evitó la pérdida de igual número de vidas.
Es que no hubo un cambio de actitud significativo. La ola de compasión no impidió que millones votaran a políticos de derecha como Margaret Thatcher, George Bush y Helmut Kohl en elecciones subsiguientes.
Hoy África está peor.
Y ahora debemos pasar nuevamente por todo ello. Esta vez el énfasis se ha puesto en la condonación de la deuda más que en la ayuda, pero sigo siendo escéptico.
Simplemente no creo que sea correcto que el ex músico Bob Geldof sea el catalizador de uno de los mayores problemas de la humanidad, que si desafía la sabiduría de Salomón, ni hablar de la de Geldof; él no está a la altura de las circunstancias.
Repitió en 2005 el mismo error que cometió en 1985 en cuanto a la presencia de artistas negros, algo que no deja de sorprender tratándose de alguien tan comprometido con los problemas de África.
Su argumento de que el predominio de rostros blancos en el programa de Live 8 refleja la necesidad de grandes nombres ignora la importancia del simbolismo en espectáculos masivos como éste.
Me incomoda, por ejemplo, la idea de que Celine Dion done grandes dosis de compasión pop a los hambrientos en África.
Geldof ha sido un espectacular recaudador de fondos.
Pero inevitablemente, dada su profesión, es un adicto a la mirada pública y a pesar de su reputación de orador directo y profano, a lo largo de los años se ha mostrado muy amable con algunos poderosos, sea el príncipe Carlos, el Papa, la madre Teresa, Tony Blair o George Bush.
Se trata de personalidades que están al frente de instituciones clave (iglesia, imperio, Estados occidentales), las cuales -se puede discutir - han hecho poco por aliviar la miseria en África.
Deberían ser interrogados, no mimados. La postura anti-punk, conciliadora de Geldof hacia ellos crea la misma ilusión que con el tsunami en el sudeste asiático: que "nadie tiene la culpa".
Sin embargo, finalmente no miraré Live 8 porque el precio es muy alto.
Además del puñado de "estrellas que ya fueron" e íconos rockeros convertidos en actos de cabaret, estará la brigada actual representada por Coldplay y Dido, cuya música popular pero inofensiva significa la capitulación del rock ante la maquinaria corporativa.
Esta gente no resolverá el problema. Ellos son el problema.
En lugar de mirar Live 8, haré algo considerado morboso en estos tiempos emocionales: subiré a mi habitación y me podré a pensar
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