23.6.05

El rigor. [I]

La oficina hervía como siempre a las dos de la tarde. Cualquiera diría que trabajar en ese lugar era como poner un escritorio dentro de un horno. Ya para esa hora el aire era un caldo espeso de la multitud que se agolpaba en la única ventanilla -de las seis- que históricamente había abierto desde el día siguiente a la inauguración del lugar.

Digo que la burocracia es un placer. Todos queremos sentirnos importantes y caminar solemnes entre una multitud que reclama con justificada molestia. Apareció el tipo empuñando un café y su cigarrillo de siempre. Con riguroso traje negro igual a los cinco que tenía en casa. Camisa blanca y corbata negra, sobria como las otras cinco que esperaban turno en el armario.

Los ventiladores solo esparcían el aire caliente y perpetuaban el olor a aderezo de aquel caldo humano que había por atmósfera de miércoles a las dos de la tarde. ¿Ya dije que la burocracia es un placer?.

Cruzó dos o tres palabras con la joven asistente que trataba de mantener el orden en la sala. Las palabras no tenían mucho sentido pero la mirada de la muchacha buscaba instrucciones para el furtivo escape de esta noche. Sería en el mismo lugar de la semana pasada.

Los burócratas también cogen ¿no?.

Ya frente a la ventanilla sin reparar mucho en el solicitante iba escogiendo con bastante anticipación lo que le faltaría al pobre cristiano que se iba acercando con su solicitud. De repente; uno, dos sellos y alguien obtenía su documento. Puro azar.

Nunca miró a los ojos a nadie delante de la taquilla en 15 años . Casi tenía ritmo de reloj suizo. Sesenta y cinco personas cada tarde, ni uno más. Trabajaba ahí desde que las influencias de su familia al fin lo habían logrado ubicar con un salario decente en el gobierno, al no lograr atinarle a una verdadera vocación universitaria. Para esos tempranos días en la exploración de los placeres burocráticos, la peste de las tardes se combinaba con el olor del papel encerrado por décadas en tantos anaqueles gubernamentales; es simple, designe un cuarto oficina gubernamental y el hedor vendrá solo; le encantaba. Ahora ya su gusto por aquella peste estremecía sus sentidos dejándole un pequeño sentido de culpa que se esfumaba con el candidato número diez en la lista de los solicitantes.

Años mas tarde, los beneficios de la informática, no solucionaron nada sino que agregaron a la lista de perfectamente sincronizadas excusas “los fallos en la red” de los viernes por la mañana. Los lunes era el mal estado de las carreteras, los martes siempre faltaba fluido eléctrico en el cuarto de archivo, los miércoles había inventario por remodelación e implementación de nuevo sistema, los jueves algún santo patrono daba para oficiar una inexistente misa y los viernes... bueno, ya dijimos “fallos en la red”.

Así las cosas nunca se atendió a nadie antes de las dos de la tarde en quince años y nuestro amigo de riguroso traje negro pudo dormir hasta entradas las diez de la mañana cada día laboral de esos quince años. No obstante las filas se comenzaban antes del amanecer en fiel contrato con los vendedores de café y empanadas que aparecían a eso de las cinco y media. El señor del periódico a las siete y los milagreros aceleradores de trámites a las nueve y media. Los letreros con la excusa del día se ponían la noche anterior. Nuestra joven asistente tendrá así, la mañana para ocuparse de cosas mas importantes; noveluchas de a peso en francés que le había dejado la abuela. Las recitaba soñando con el retiro prometido por nuestro amigo de riguroso traje negro a la campiña francesa. Ya no habría que esconderse y podrían quererse sin excusas sincronizadas por un relojero suizo o un papa caprichoso que inventó un calendario con meses, semanas y años bisiestos

Sí, los burócratas también abandonan a la mujer que le planchó su riguroso traje negro quinde años sin falta ni error.

Los burócratas también hacen algo los fines de semana. Nuestro amigo de riguroso traje negro leía los periódicos de cabo a rabo sin reparar mucho en lo mal o bien que pudiera estar el país. Pasaba las páginas con la parsimonia de alguien que nunca desarrolló especial interés por nada en especifico. De fútbol, nada, la filiación por el equipo era pasada por sus padres casi por decreto y nunca recuerda haber celebrado un gol con especial fervor mas allá de una leve sonrisa que sorprendía a sus músculos faciales cada tanto. La existencia misma de nuestro amigo de riguroso traje negro ni siquiera fue preocupación para él mismo. Nunca se preguntó ni se quejó de su absurda posición. Los burócratas no son nada existencialistas a pesar de la nausea que le pueden causar a mas de uno. Casi podría pensarse que su desgracia era un acto de venganza contra una vida que lo dotó de nulas aspiraciones.

Pero nuestro amigo de riguroso traje negro nunca pensaba en estas cosas. Ni siquiera los domingos por la tarde cuando los chicos estaban donde sus tíos y su mujer se le tiraba encima para un polvo entre comerciales de su pésima película del domingo. Su mujer terminaba llorando el desgano gritándole groserías, solo para sentirse culpable un rato después por tratar tan mal a un tipo tan responsable y recto. La mujer de nuestro amigo de riguroso traje negro se iba a la cocina a preparar alguna disculpa que presentaría después en la cena de esa misma noche.


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