16.9.06

Estrenar.

Nunca me ha sentado bien la idea de estrenar. A pesar de haber pagado con dinero ganado con el sudor de mi frente ese inmediato sentido de pertenencia nunca aparece con los primeros apuntes, los primeros pasos o la primera vez que uso unos audífonos.

Recuerdo con cierto asco los domingos antes del primer día de clases primarias. Mi madre, armada de etiquetas, marcadores, reglas y papel transparente autoadhesivo, en una suerte de trance existencial intentaba blindar de mi maltrato y desatención los implementos escolares del nuevo año lectivo.

Debe ser en gran medida porque mis útiles nunca estaban en los estándares de la moda escolar. Siempre eran remates, baratijas, ofertas o reconstrucciones de otros mas viejos. Ese primer día siempre fue detestable. El terrible juego de exposición y orgullo que iniciaban mis compañeros de clase me convirtió en el outsider que tan feliz estoy de ser. Algo –bastante- les agradezco a mis padres por eso.

Aquellos días de primaria siempre los pasaba renegando de los demás al lado del único estudiante negro de mi clase. Bueno, él no criticaba mucho, ya estaba suficientemente contento con estar ahí. Este colegio estaba fuera de los alcances económicos de su familia, pero su mamá trabajaba ahí haciendo limpieza y permitían –la administración- que sus hijos estudiaran a costes mínimos.

Mi amigo años después se vengaría de todas las burlas que le inflingieron y del odio que se ganó por correr mas rápido, jugar mejor al fútbol y pegarle siempre a los mangos mas grandes del árbol. Peter, mi amigo, estrenó a todas las niñas del 8vo grado. Alguna obsesa principiante en las lides sexuales, regó el cuento de que los muchachos de color poseían dotes morfológicas mucho mas apropiadas para el goce carnal que sus contrapartes blancos o mestizos.

Cuento o no, mis compañeras no dudaron ni un segundo ante la idea de cederle el honor del desvirgue a mi amigo Peter y algunas -muchas- siguieron frecuentándolo para saciar sus apetitos sexuales a lo largo de la secundaria.

Peter siempre fue el alma de las fiestas del colegio y me imagino que esa sonrisa socarrona que exhibía constantemente se debía a que solo él tenía la certeza de que los rumores que circulaban acerca de las proezas iniciadoras de los tipos populares eran ridículamente falsas y sobretodo que él podía abastecerse de un amplio menú cada vez que quisiera.

Cada vez que López –supuesto casanova en ciernes- venía con otro de sus cuentos, Peter lo arengaba a que contara detalles de tales aventuras y soltaba sonoras carcajadas que animaban a López a seguir con las historias contando detalles incluso fisiológicamente incorrectos.

Sobra decir que el chisme entre mujeres se mueve de maneras distintas y hasta la profesora de educación física de la clase de 1997, amenazó con reprobar a Peter aun a sabiendas de que el colegio entero conocía su gran habilidad en todos los deportes practicados en la institución. Peter, buena gente entre otras cosas, le hizo el favorcito varias veces a la profesora y pudo pasar sin problemas sus pruebas minutos después de sacarla sudando del misterioso cuarto donde se guardaban los balones de microfútbol y uno que otro secreto.

Yo nunca le encontré la gracia a estrenar, siempre preferí las cosas bien encaminadas (no aplica a comida, cigarrillos ni licores). Hasta mis zapatos viejitos saben ya como llevarme sano y salvo a mi casa a pesar de mis borracheras. Justicia divina puede tal vez si haber después de todo.


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