29.8.06

La excusa de Descartes

Buenos Aires, 26 de Agosto. 2006
en uno de los miles de cafés

A Sabato y su resistencia.

El peso le aplastaba los hombros, se notaba en su caminar, cada paso como una puñalada. Una mas dolorosa que la otra. Mirada apagada y sospechosa, buscando en cada rincón los buenos tiempos. Nunca se había detenido a pensar, al menos tres partes de su vida las había pasado en torno al vago recuerdo de inmemoriales días mas felices. Sí, sentado esperando a que la ventana se rompa anunciando esos días que no lograba recordar, pero a cuya posibilidad de existencia se aferraba para no extinguirse.

Inevitablemente pensaba en la muerte. No en el modo clásico, no como cualquier otra persona que tiene la certeza de que puede morir bajo un número de contadas circunstancias. A su parecer, su muerte llegaría cuando se convenciese de que su existencia era una simple idea que desaparecería en el momento que exista algo momentáneamente mas interesante en que pensar. Porque sí, las ideas se piensan. En cualquier momento él dejaría de ser pensado. Él mismo no se encontraba particularmente divertido como para ocupar mucho tiempo y espacio de lo que fuere que lo había imaginado, tan miserable, tan amargado.

Mas convencido aun de eso estaba al avaluar la imposibilidad de sus acciones, tan intrascendentales como ridículas. Alguien bastante desocupado y desabastecido de entretenimiento debió haber dado a luz, semejante esperpento de aburrimiento. O tal vez algún torturador de ideas que se gratificaba en su sufrimiento era el responsable de tal abominación.

Si este fuere el caso, su existencia también estaba por expirar. A este torturador de imágenes mentales le debe parecer bastante frustrante que el sujeto de sus macabras cavilaciones ya no ofreciera resistencia alguna a los sufrimientos inflingidos. Era cuestión de instantes antes de que se desvaneciera en el infinito.

Descartes… solo tenia una excusa.


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5.8.06

Crónica de la burocracia internacional. [Vol. I]

Menos rimbombante que el título de nuestro encabezado, es la breve - por la insignificancia de uno o dos meses ante términos como décadas o siglos, de los que está llena la verdadera historia - historia de lo que debe pasar un ciudadano del corriente en la frontera mas caliente de Latinoamérica. Se cuentan 32 grados a la sombra en este momento.

Burocracia internacional no quiere decir en este caso, intensas negociaciones entre planchados despachos diplomáticos de la organización de naciones unidas. Es, en cambio, el conjunto de causas que sufrimos ciudadanos corrientes en el trafico internacional. Por causas como estas, o mucho menos seguramente, cristianos arrasaron persas infieles. Pero nosotros, catalogados en números, estadísticas, huellas digitales y burdamente mentados por nuestros apellidos - nada menos, pues el nombre parece ahora un accesorio impersonal lejano a identificar a alguien legítimamente - peregrinamos entre escritorios, ventanillas, oficinas con ventiladores que escupen aire caliente y las verrugas de las gordas oficinistas, nada tenemos que ver con la verborrea que justifica guerras y pactos colaterales entre vecinos o enemigos.

El deceso del sueño bolivariano es evidente al cargar a cuestas múltiples nacionalidades. La verruga oficinista no logra entender como se puede haber nacido en Quito, ser colombiano y ahora vivir en territorio libre de analfabetismo - o imperialismo que parece ser lo mismo -.

La verruga oficinista, plantada en su escritorio de madera con tope de vidrio echa un vistazo y intenta descifrar mi itinerario durante los mas recientes 23 años. "Vaya a esta oficina, luego a esa, foto en aquella, mánchese los dedos en esa, una gota de sangre en aquella". El vidrio sobre el escritorio de madera hacía espacio para el panteón de verruguitas hijas, verruguitas nietas y verruguitas sobrinas. Se dice panteón porque retozaban las fotos entre las estampitas del divino niño, el sagrado corazón y Alvaro Uribe.

La escena me recordaba a una señora que nunca registró a sus dos hijas ante la ley. Una ahora tiene lo que yo llamo "la sonrisa", resultado de abusos y experimentaciones varias con sustancias de nombres célebres en las páginas rojas y de la otra lo último que supe fue que se dedicó a amenazar a taxistas con que si le cobraban las carreras se cortaba la yugular, hasta que un día tuvo que cortársela en serio. Y tenia razón esta señora, ya era bastante complicado parir dos retoñitos para luego tener que hacer filas y registrar a sus hijas ante el gobierno que nunca les daría nada.

El afán por la identificación parece que es un asunto de milenios, y claro, los que empezaron con el asunto fueron los que cobraban impuestos. Suficiente razón para desconfiar de la práctica burocrática que desencadenó en billeteras llenas de tarjetas de varios colores y usos. Mi familia es especialmente obsesiva en estas artes, y yo no entiendo del todo, pues se supone que por mas que yo pueda parecer un desconocido en mi casa, se deberían saber al menos mi nombre de memoria. Sobretodo deberían considerar que muerto yo y sin identificación podrían ahorrarse el gasto del funeral y la vergüenza de mis proezas profanas contadas al calor de las lagrimas funebreras o en las dedicatorias post mortem que engrosan las cuentas de los diarios de la ciudad.

Diría yo que el episodio de la verruga parlante me lo esperaba y nunca me sorprendió. Pero por alguna extraña situación las filas en las casa burocráticas son el mejor observatorio sociológico que se pueda encontrar. El calor, el tedio, la ansiedad son el caldo de cultivo perfecto y sin dejar de mencionar que uno tiene cientos de horas para observar a su alrededor. Es una delicia para los sentidos, ver gente que nunca ha visto; escuchar comentarios y quejas en todos los tonos y vicios lingüísticos, y sobretodo tener que pasar todo ese tiempo con completos desconocidos como en una serie barata de esas en las que grupos de personas terminan en una isla abandonada dando vueltas en círculos.
...
- Oiga señor, me hace la caridad de ayudarme a llenar este formulario quesque yo tengo la letra muy mala.
- Claro, venga y hacemos eso rápido que ya la cola parece que se va a mover (la esperanza es lo último que se pierde)
- ¡ Uy tan amable usted !
- ¿Nombres y Apellidos?
- Cándida Herendida Ramirez Fuertes
- ¿Fecha de Nacimiento?
- 24 de Diciembre del 56
- ¿Educación?
- Buena
- No señora, que hasta que grado estudió
- Primero de Bachiller
- ¿Tipo de sangre?
- Roja
- No, señora, su grupo sanguíneo, el factor RH.
- Ah no se, ¿como averiguo eso?
....
- ¿Ojos?
- Dos
- Señora por favor, estoy intentando ayudarla
- Pues redondos, ¿no los ve?
...
- ¿Tez? ¿Señales particulares?
- Una manzanilla me caería de lo mejor... pues no yo nunca aprendí eso de hablar con las manos.
...

Las escenas se repiten, y ahí parado en las interminables filas uno se convence a ratos de que venimos de cualquier otro espécimen que de los monos, a ratos no tanto. Desfilan gentes con todo tipo de tics nerviosos, maneras de vestir y olores particulares. Uno aprende nuevas formas de quejarse o de mentar la madre.

No sé si los traumas sicológicos derivan en brutales maneras de caminar, pararse o apoyarse pero en el trajín burocrático me convencí por momentos que era mas que posible, latente. Esta señora que pasaba por mi lado parecía vestida a la fuerza, con ropas que no eran de su propiedad, pero sobretodo sus sandalias un par de tallas mas pequeñas dejaban sobresalir los descomunalmente largos dedos de los pies. Y los dedos como si se pusieran de-a-cuerdo coreografiaban una ola de estadio cada vez que el pie se movía hacia adelante, como si jugaran a no arrastrarse en el asfalto.

¿Y entonces de donde venimos? ese tipo de cavilaciones ridículas que se le ocurren a uno en la fila burocrática. De lo que si estoy seguro es de que ningún sociólogo hasta ahora ha publicado algo similar o no se ha puesto a observar detenidamente este pequeño laboratorio humano que constituye el mounstro burocrático.